Gustavo Roud es un poeta suizo cuya
voz posee una fuerza tan íntima que es capaz de nombrar aquellas cosas que
parecen inasibles con las palabras.
Su poesía es contemplativa,
extremadamente puntual para evocar ese mundo que ya no está entre nosotros,
pero que es real precisamente porque no se posee, por ese vacío existencial que
dinamita la presencia nuestra en este ahora que se desbarata, que indaga los
sentidos y deja de manifiesto las heridas humanas. Ese tiempo al que no podemos
nombrar objetivamente como pasado, sino como imposibilidad. Quizá sea un
paraíso perdido, la infancia, una tierra ideal, un amor que ya jamás
pronunciará esa palabra que esperábamos; lo cierto es que la poesía aquí cumple
una de las proezas que permitirá su sobrevivencia mientras exista el hombre:
ser testimonio esencial de la condición humana en cualquier tiempo y bajo
cualquier circunstancia.
Gustave Roud es un poeta que de algún
modo se aleja del mundo con cierto sentido ascético para encontrarse con su
soledad y con la soledad total de donde surgirá una poesía que nombra cada cosa
como si de un reino sagrado se tratara, pero ese sentido de lo sagrado lo es en
tanto que humaniza al hombre, humaniza el dolor y lo efímero de nuestras vidas
ante lo eterno. Una poesía que habla de la pérdida, de ese viaje del que todo lo
ha perdido y apenas posee sus pensamientos y con ellos enfrenta al infinito.
“Para un cosechador” fue publicado en
1941 y es un libro que reúne cinco poemas, cuatro en prosa y uno verso, cada
poema en prosa habla de una estación, reproducimos aquí el poema final del
libro “Llamada de invierno”, un texto hecho de señales íntimas, casi eróticas,
de preguntas que encienden al silencio, un hermoso poema que habla de la
pérdida, que no duda en ser transparente, un viaje interior que evoca lo
perdido y humaniza esa forma de caer pronunciando un nombre ante el olvido.
El poema "Para un cosechador" fue traducido del francés por el escritor y traductor Rafael-José Díaz de quien se brindan interesantes datos biográficos al final de esta entrada, un poeta representativo de la poesía española actual.
El poema "Para un cosechador" fue traducido del francés por el escritor y traductor Rafael-José Díaz de quien se brindan interesantes datos biográficos al final de esta entrada, un poeta representativo de la poesía española actual.
LLAMADA
DE INVIERNO
¿Dónde estás? ¡Cuántas veces gritada
esta llamada hacia un ser, desde el fondo de un abismo intemporal en el que la
casa se ha deslizado dulcemente como una navío perdido! Lo absoluto triunfa en
esta habitación, fomentado por el fuego blanco de las nieves. Los retratos
hablan, los poemas cantan. Toda una vida inmóvil se ilumina en el espejo
profundo de la memoria. Todo resplandece y se fija en un inexorable presente.
El corazón, bajo la punta del dedo se extenúa y se detiene. Llamo, a través de
las lenguas, de los años, y sin ni siquiera pensar en la irrisión de mi voz
cerrada a un corazón que late.
¿Dónde estás?
Y, sin embargo conozco el camino
hacia el norte que llega al cabo de largas horas al granero donde sigue
ardiendo el trigo que tú segabas. Partiría con los ojos cerrados. Pero la noche
ha llegado con la luna y todo el horror de las marchas de otro tiempo en la
nieve infinita resucita. El verano puede seguir mintiendo al adolescente que no
ha tenido la fuerza de decir si en seguida a su soledad. Un pájaro canta para
él, las floras rosan sus manos desnudas. El viento le lanza al rostro toda una
pradera de junio como un ramo de olores. Necesitará para que acabe sabiendo, la
travesía paso a paso de las noches extremas de diciembre entre los cadáveres de
sus pensamientos, cuando su soplo, que, sin embargo, es un soplo de hombre,
sube como un vaho vacío, un vano vapor hacia las estrellas (Orión, ¡siempre
Orión sobre el hombro de la colina oriental iluminada!), y será necesario que
finalmente golpee con la frente el cristal color de miel que lo llamaba a
través de la sombra como otra estrella, la transparente muralla infranqueable
que lo separa para siempre de la felicidad de los hombres.
¿Para qué volver a partir esta tarde,
puesto que siempre está la misma respuesta al final de la nieve y de la noche,
la misma lámpara hacia la que los hombres tienden sus manos dormidas, los
labios abiertos a palabras que intercambian riéndose? A ti, el único por quien
yo he podido creer durante una hora que no es mortal mirar vivir en vez de
vivir, que sigue siendo una especie de vida –y la más bella–, te llamaría en
vano ahí de umbral en umbral. Los
perros, como en otro tiempo saben brincar desde su sueño, las roncas bestias
que aúllan atadas a una cadena, ¡Y ya no son ellos, sino la casa, sino los
pueblos, sino toda la noche los que ladran! Me he desanimado. Te llamo aquí
cerca de mi lámpara muerta con los labios cerrados, con los ojos cerrados.
Tú vivías. Ah, quién me dirá si aún
respiras, que si mi corazón se detiene el tuyo late todavía, segador al borde
de la tormenta, a quien yo vi en otro tiempo como me sonreía en el instante
mismo del primer relámpago. La primera gota de lluvia brilla como una estrella
en tu hombro y hace que tu adiós se estremezca. Durante toda una hora el tiempo
de nuestra parada bajo el techo de tejas chorreantes con los pies en el polvo
lleno de briznas de paja, de frágiles huellas de pájaros, me ha parecido que yo
aún podía vivir. Y más aun que la vida, lo que de tu cálido y fresco hombro se
derramaba en mi corazón, al que llenaba como de una tranquila música recobrada,
era el reposo viviente en la plenitud alcanzada, junto al cual el de la muerte
no puede ser sino una mueca.
¿Dónde estás?
¡Qué bellos eran esos campos azotados
hasta el horizonte por las ráfagas, la inmensa hoguera de las cosechas humeando
bajo la lluvia, las gavillas interrumpidas, los carros a medio cargar rodando
hacia los graneros, el enjambre de los azotes alrededor de los caballos de
crines apelmazadas y la multitud de tus hermanos, los cosechadores desnudos,
los cosechadores atrapados en su tela blanca como grandes ángeles torpes! Tú no
decías nada, con los labios solamente entreabiertos bajo la dura crin de oro,
con una mano en la mía y con la otra enroscada en el mango de tu guadaña. Era
la guadaña de un segador de trigo, deslustrada por la tierra de la que brotan
las espigas de una sola vez, no la de los segadores de hierba, con su hoja
llameante como un fuego de hacer. Te llamo, a ti que me has dicho adiós, que me
has tendido esa mano sombría manchada de sangre, herida por la paja aguda. Te
llamo -¿Quién podrá oírme y responderme?-
¿Dónde estás?
Cien veces he retomado el mismo
camino, sabiendo sin embargo que ya nunca sería el mismo, que no volvería a ir
ya nunca hacia ti. Ese camino siempre vacío a los ojos de los demás hombres está
poblado de mis esperas. Cada paso que doy en él suscita algún fantasma. Camino
entre la mentira de esas presencias que me persiguen llorando. Puedo repetirte
cada árbol, cada lámpara. Hay de pronto charcos de perfume en los que uno se
desliza: una flor que se abre durante la noche con un olor de simiente y de
rosa. Quien la ha cogido no puede devolverla al camino antes de que haya muerto
poco a poco en sus palmas cerradas. Hay un bosque mágico donde el pájaro de los
muertos me ha hablado.
No se le puede llamar; hay que
esperarlo, apoyar en el tronco de un haya o acostarse en la hierba de seda como
un viajero agotado. No siempre viene. No viene casi nunca. No dice nada si le
preguntas.
¿Dónde estás?
¿Acaso no puedes ya oír este grito?
¿Acaso no puedes decirme si aún respiras, si tu corazón late, si ese hombro en
que poner mi mano, una vez más me es rechazado?
El día en que no pueda ya seguir
esperando me volveré hacia el pájaro y esta vez lo llamaré como esta tarde te
llamo. Su corazón está lleno de piedad. Oiré el aleteo entre las hojas
arrugadas; vendrá en seguida a posarse en la rama más baja. Me escuchará.
Escucha lo que los muertos le dicen, todas las palabras de las voces sin
labios. Les lleva a los vivos los mensajes de los muertos. Escuchará todo lo que
yo pueda decirle y echará a volar hacia ti.
DATOS DEL TRADUCTOR
Rafael-José Díaz
Nació en Tenerife en 1971. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna. Fue lector de español en la Universidad de Jena y en la Universidad de Leipzig (1995-2000). Dirigió entre 1993 y 1994 la revista Paradiso. Como poeta ha publicado los siguientes títulos: El canto en el umbral (1997), Llamada en la primera nieve (2000), Los párpados cautivos (2003), Moradas del insomne (2005), Antes del eclipse (2007), Detrás de tu nombre (2009) y Un sudario (2015). En 2007 apareció Le Crépitement, un volumen que recoge una selección de sus poemas traducidos al francés. También ha publicado entregas de su diario, entre las que cabe destacar La nieve, Los sepulcros (2005). Ha publicado traducciones de los siguientes autores: Arthur Schopenhauer, Hermann Broch, Philippe Jaccottet, Gustave Roud, Pierre Klossowski, Fabio Pusterla, Ramón Xirau y William Cliff. Como ensayista, ha publicado recientemente Rutas y rituales, una selección de sus ensayos. Y, como narrador, ha publicado una novela, El interior del párpado, un libro de relatos, Algunas de mis tumbas, y dos de prosas misceláneas: Insolaciones, nubes y Las transmisiones (Veinticuatro lugares y una carta).
DATOS DEL TRADUCTOR
Rafael-José Díaz
Nació en Tenerife en 1971. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna. Fue lector de español en la Universidad de Jena y en la Universidad de Leipzig (1995-2000). Dirigió entre 1993 y 1994 la revista Paradiso. Como poeta ha publicado los siguientes títulos: El canto en el umbral (1997), Llamada en la primera nieve (2000), Los párpados cautivos (2003), Moradas del insomne (2005), Antes del eclipse (2007), Detrás de tu nombre (2009) y Un sudario (2015). En 2007 apareció Le Crépitement, un volumen que recoge una selección de sus poemas traducidos al francés. También ha publicado entregas de su diario, entre las que cabe destacar La nieve, Los sepulcros (2005). Ha publicado traducciones de los siguientes autores: Arthur Schopenhauer, Hermann Broch, Philippe Jaccottet, Gustave Roud, Pierre Klossowski, Fabio Pusterla, Ramón Xirau y William Cliff. Como ensayista, ha publicado recientemente Rutas y rituales, una selección de sus ensayos. Y, como narrador, ha publicado una novela, El interior del párpado, un libro de relatos, Algunas de mis tumbas, y dos de prosas misceláneas: Insolaciones, nubes y Las transmisiones (Veinticuatro lugares y una carta).